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Me gustan las fábricas y los talleres, no los servicios financieros

No lo puedo evitar. Me gustan la fábricas, en especial las antiguas. Tal vez tuviera que llamarles talleres más que fábricas. Me pirran esas que he visto en algunos países europeos y en algunas ciudades españolas que tienen el buen gusto de conservarlas con sus ventanas cuarteadas, sus techos altos, el ladrillo rojo de sus paredes y todo lo metálico pintado de verde industrial. Para mí son sitios en los que apetece trabajar. Las grandes naves no me gustan, serán más funcionales, pero desprovistas del olor industrial, del concepto de taller, de la ilusión del que la mando construir.

La ausencia de esos viejos talleres nos está llevando al desastre económico. Tanto servicio intangible y financiero sin valor añadido ni sentido, está construyendo una economía que se cae al menor tropezón. El taller es un fenómeno civilizatorio que junta -con distancias cortas- a personas de diferentes tipos, niveles y formaciones, por un mismo propósito y una relación tan estrecha que acaban entendiéndose a través de conocerse creando la clase media en la que la mayoría hemos crecido.

Cuando existe un tejido de talleres, a los pocos años, la economía comienza a ir hacia arriba con buen motor y se le ve fuerte, sin dependencias de las circunstancias de un sector. En su inmensa mayoría, los que trabajan en esos talleres tienen salarios entre dignos y bastante buenos. Sin olvidar que lo mejor es que trabajan a gusto. La emergencia de los servicios hicieron olvidar que la estructura de los países que quieren estar en la primera línea, está constituida por los talleres de valor añadido.

Todos sabemos dónde se ha determinado que estén las fábricas a costes bajos, pero no me refiero a las de mano de obra intensiva sino a las pequeñas fábricas que mezclan oficinas y taller, para centrarse en pequeña producción de alto valor y salarios interesantes. Espacios y circunstancias que comparten la propiedad y los empleados.

En el Reino Unido recuperan esos talleres de ladrillos rojos y marcos de ventana verde, con el interior con mesas llenas de ordenadores para el diseño y una parte de taller pura donde se fabrican los productos. No son muchos metros, pero huele a fabril.

Trabajan con el grafeno, el neopreno, con cristales o plásticos especiales, con impresoras 3D y materiales que crean para ellas, rectifican motores, crean piezas de automóvil o moto, tejidos técnicos, etcétera. Una condición les es común: el producto tiene que tener un valor añadido diferencial y cuando alguien necesita ese producto, en todo el mundo se sabe quien dónde se fabrica. Muchos son ingenieros, muchos son químicos, algunos son informáticos y economistas, también físicos, biólogos y médicos para algunos productos especiales, muchos trabajadores cualificados; mucha máquina para no tener que hacer mucho esfuerzo físico y ser competitivo, aunque la suma de todos ellos será baja, se trata de lo que aportan no de su número.

Desde luego, es un cambio de modelo productivo que supera al nuestro porque el objetivo es añadir valor y no simplemente facturar en una oportunidad de negocio que no empresa. El precio estará basado en el valor porque no hay excesivos competidores en el mercado. No es tan complicado conseguir ese cambio de modelo que algunos políticos comentan querer, pero sin salir del despacho. Sólo se trataría de copiar a otros países en el fomento de la cantera industrial. Así lo hacen en Inglaterra, crean Factory labs en los que los niños se enfrentan cada semana durante unas horas a los procesos industriales, juegan fabricando, creando procesos para hacerlo y prueban impresoras 3D con nuevos materiales todo ello sobre una base fundamental, están situadas en las zonas donde se produjo la Revolución Industrial, Manchester, por ejemplo, en el que la gente se identifica con las fábricas y los mills. de esa cantera saldrán cientos de empresarios y trabajadores especializados. No se quedan ahí, sabiendo lo que viene, la Universidad de Manchester montó un macro instituto para que los dos premios Nobel por el descubrimiento y desarrollo del grafeno se instalaran allí. Nada es por casualidad, se trata de dar los pasos adecuados y fomentar a personas, medios y financiación para que en un futuro creen talleres de fabricación avanzados. Pero sobre todo, serán personas a las que les gustan la fábricas y talleres, esa es la verdadera clave de la vuelta a los modelos productivos del siglo pasado actualizados para el XXI. El resto es palabrería. La UE es un desastre que pierde calidad de vida respecto a todos los países emergentes y no hace nada para remediarlo.

2 comentarios sobre “Me gustan las fábricas y los talleres, no los servicios financieros”

  1. Me decían, hace tiempo, que la empresa es la unión de capital, organización y trabajo. Hoy, creo, que se está derivando a utilizar solo capital, financiero, si no ponen barreras a esto la incertidumbre al futuro es muy grande, para mí.

    1. Si no nos centramos en la riqueza real que proveen fábricas y talleres, tendremos más crisis financieras porque hay empresas que son puro humo y mucha burbuja financiera que sólo cambia de formato de la que vivimos en 2008 y siguientes.

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