¡Qué mérito tienen los que van abriendo camino en la espesa jungla de lo que existe y nadie se ha dado cuenta de ello! Parece que nada existía antes de Adam Smith, me refiero a la estructuración de la economía y sus leyes. Sin embargo, ésta ha evolucionado de forma continua y no discreta. Muchos autores colocaban piedras sobre las que otros -posteriormente- construían. Richard Cantillon -como también John Locke y David Hume- fue uno de ellos. Este franco-irlandés nació en 1680 y vivió a caballo entre los mercantilistas y los fisiócratas que intentaron crear una explicación del funcionamiento sistémico de la economía. Jevons, el marginalista inglés, ya lo describió como la cuna de la economía política. Su principal obra fue Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general, cuya publicación fue posterior a su supuesta muerte en veinte años y escrita alrededor de 1730. No he querido poner el año de su muerte porque es un dato que no está claro y hay información suficiente para pensar que su asesinato fue una treta para salir pitando ante sus acreedores en calidad de víctimas de un fraude, que lo buscaban con ahínco y verdaderas malas intenciones. Si la verdad de su muerte no fue esta, que me perdone Cantillon allá donde esté, pero la narrativa tiene su servidumbre y, además, su vida merece un final así, abierto y abocado a la siguiente película.
Fue banquero, especulador -con la clarividencia de intuir la explosión de burbujas- y consiguió una gran fortuna al darse cuenta de los mecanismos internos de la economía y aprovecharse de ello, pero no le bastó con eso y quiso dejar a las siguientes generaciones algunas de sus observaciones y que estructuraban a la economía, cosa que sólo la Escuela de Salamanca y Bernard de Mandeville habían intentado formalmente hasta la fecha.
Su obra está plagada de principios que las escuelas posteriores apuntarían y desarrollarían, entre ellos los fisiócratas, los clásicos, los marginalistas, los keynesianos y los austriacos. Entre sus aportaciones, destacan -entre otras capitales-, su teoría del valor que -pareciendo objetiva- sienta expectativas de la teoría subjetiva del valor, por eso Jevons, Menger, Walras y todo el marginalismo le debe tanto y, con ellos, todos nosotros. Si no vio más factores de producción que el trabajo y la tierra es porque el capitalismo estaba asentando sus fundamentos como tal en aquel momento.
Así y todo, su aportación más conocida es el Efecto Cantillon o Efecto Hume-Cantillon que refiere al efecto que la inflación generada por la expansión monetaria hace en favor del que emite (y alrededores) y perjudicando al resto de conciudadanos del país. Esa redistribución de la riqueza es como barajar una segunda o una tercera vez en la misma sesión que altera el equilibrio existente hasta el momento porque no lo hace ni al mismo tiempo ni de forma equitativa. En un momento inflacionario, lo peor que te puede pasar es pagar los precios de hoy con el salario del mes pasado, así que el orden de recepción del dinero introducido en el mercado es clave. El ciudadano de a pie -en general- suele ser el último de la cola y cuando le llega el dinero introducido en la economía, la inflación ya va a buen paso. Habitualmente se utiliza el nombre de este efecto como de Cantillon o de Hume-Cantillon, porque Hume también se percató de este efecto producido por la mala gestión -a veces deliberadamente- de la oferta monetaria. Sólo me resta recordar que Hume estructuró la Teoría Cuantitativa del dinero, tras los inicios de Bodin y de la Escuela de Salamanca y, Cantillon, se inclinó por la cualitativa que declara que la cantidad o la oferta de una moneda no es lo único que determina su valor y que todo depende del destino al que vaya a parar, es decir, si va a medios más o menos productivos. Y en ese binomio seguimos debatiendo.
Con su capacidad de proyectar relaciones económicas vislumbró lo que después otros -como David Ricardo- describían sobre el salario de subsistencia que se mantenía ligeramente por encima del nivel de pobreza, pero que se podía criar dignamente (referido a la época, claro) a una familia sin muchos hijos. Decía que por encima de esa cantidad, la situación vencía a peor. Cantillon veía que si existía mucha tierra disponible las condiciones económicas mejoraban las condiciones de vida y también el índice de reproducción humano. Como resultado el agricultor tenía que trabajar para sí mismo, su pareja y para los muchos hijos que tenían y, acabaría viviendo peor, no pudiendo disfrutar de una alimentación mejor. Ese aumento de los habitantes finalmente también aumentaba la oferta de agricultores y hacía bajar los salarios, lo que remataba la situación. Una vida más fácil te llevaba a una vida peor, paradojas de la economía. Posiblemente, muchos han creído que se debía mantener esta situación en la actualidad, por eso seguimos lejos del pleno empleo y me temo que seguiremos así aunque se maquillen las cifras del paro con los fijos-discontinuos. Las diferentes velocidades del crecimiento de la demanda y de la oferta de trabajadores tienen la palabra.
Una relación interesante fue la que mantuvo con John Law, con varias coincidencias con la de Cantillon: una vida también azarosa y una intervención clave en la burbuja de la Compañía del Mississippi. John Law había conocido el éxito abrumador de la VOC, la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, pero la criticaba por su estilo conservador. Así que acabó de director -tras irse a Francia- en otra compañía del mismo estilo que la VOC para aplicar su visión más moderna y atrevida en la Compañía del Mississippi, a la que llevó al éxito. Entre Law y Cantillon y su visión económica privilegiada, innovadora y futurista, acabaron con ella. La codicia tiene un punto sin retorno posible. También tuvieron un poco de mala suerte y un rey que quería más pasta. Buena parte de los accionistas de la mencionada compañía quisieron hablar con ellos durante mucho tiempo, pero no coincidieron y mira que los buscaron.
Su final fue trágico. Según la historia oficial y ante las amenazas de los que le buscaban, el cocinero de su mansión aprovechó la ocasión y lo asesinó llevándose las riquezas que pudo antes de incendiar la casa. Su cuerpo fue encontrado absolutamente carbonizado. Hasta aquí la historia oficial, pero muchos estudiosos dicen que el cuerpo no era el suyo sino el del cocinero -o vaya usted a saber de quién- y que fue el mismo Richard quien tomó las riquezas que pudo y cruzó el charco. ¿Quién publicaría su obra veinte años después de su asesinato? Es una historia digna de Hollywood.