Siempre que se valora el resultado de las empresas por las ventas conseguidas se comete una simplificación que niega la verdad que nos interesa conocer para gestionar. Las ventas finales no nos dicen nada sobre el momento de los inputs y el paso por la producción donde se le incorporará el valor al input. Ese valor añadido es el que nos marcará el margen y por lo tanto, el precio y nos llevará a mercados de margen o de volumen.
Esta cuestión es clave para la calidad de la economía de un país y los salarios que cobran sus ciudadanos. La tercerización inexorable que nos invadió hace tiempo y que nos llevó a ser la décima potencia industrial del mundo entre 1962 y 1975. A partir de ese momento hemos ido diluyendo el valor añadido que alcanzamos en los años 60s y parte de los 70s, pasando a un valor añadido que obliga a ir productos y servicios de alta rotación y que, si no se operan bien, nos da para vivir y punto.
Echemos un vistazo a lo que llamamos Valor Añadido que, a partir del coste del input le va añadiendo los costes de los factores de producción (tanto de los productos como de los servicios) como son los salarios, la SS, los impuestos y el margen (u otro sistema de fijación de precios mejor) conforman las ventas del bien y/o servicio. La magia de la empresa es saber convertir ese coste de los factores en un output que el mercado reconoce como de valor, por ejemplo un automóvil. Hay un juego brutal en esa conversión y ahí está el mérito del empresario y por lo que se lleva un beneficio considerable en relación al valor añadido. Para que sea posible que ese precio final que incorpora un buen margen como fruto del valor añadido, los salarios de la empresa y el precio que paga por los inputs (aunque les «obliguen» a ir a volumen en la cadena de valor que les precede) deben capacitar para que puedan comprar ese tipo de productos, iniciando un círculo virtuoso para que todos los agentes de la economía puedan comprar esos bienes pagando un precio que incorpora el valor añadido.
Cuando no pasa eso, como es el caso de España a partir de cuando iniciamos ese proceso de terciarización, no nos llega para comprar productos de alto margen, me refiero de forma general por los ciudadanos. ¿Quién va a comprar productos de alto margen si los sueldos son de «bajo margen»? Esta identidad es tan sencilla como real. En otro caso, sólo podremos ir a restaurantes de rotación, con un menú de tapas cuando hace años se comía mucho mejor por un precio que se podía pagar por un amplio rango de la población.
Los números del Impuesto del Valor Añadido que gestionamos ya nos indica cómo estamos respecto al nuestra incorporación de valor. Échele un vistazo a la liquidación trimestral y la anual y verá en qué bando está: empresas de valor añadido o empresas de rotación. En éstas últimas también se puede conseguir buen beneficio, claro, pero para ello hay que ser muy bueno. Desde luego, tener buenos salarios es más complicado.
Estamos un tanto perdidos y resignados. No sabemos -ni unos ni otros- qué hacer, cómo volver a la senda de la prosperidad. No es un tema individual exclusivamente, la UE debe aclarar cuál es su plan y los pasos que va a acometer en breve. Siempre habrá una parte de los humanos que estarán dispuestos a trabajar por un bajo salario porque necesitan lo básico, el resto no tenemos más remedio que añadir más valor o estamos perdidos. El proceso nos llevará años, pero ya lo hicimos y con menos formación ¡Comencemos por el turismo, vayamos al margen y no al volumen! Es la solución.
