No cabe ninguna duda que es así, incluso para aquellas personas que han decidido salirse de la sociedad y operar al margen de los convencionalismos. El precio de las cosas y los servicios marca nuestra actuación, tanto proactiva como reactivamente. Basta comprobar como en los momentos bélicos más complicados para los humanos -incluso en los campos de concentración- el precio movía voluntades, tomando forma de número de cigarrillos o de alimentos básicos.
La organización de la sociedad viene condicionada por la evolución de la mente humana y sus sesgos. Si analizamos el sesgo de propiedad, apreciamos que los humanos no queremos ceder lo que consideramos nuestro -a no ser que sea por un precio justo o ventajoso- y estamos dispuestos a defenderlo con uñas y dientes. No se requiere hablar de los adultos, con los niños pequeños también pasa mostrando que es absolutamente propio del humano.
Si somos capaces de percatarnos de cómo actuamos y de cómo actúan los demás, estaremos en la misma línea que tomó Adam Smith para explicar las relaciones ocultas por las que la sociedad y la economía, basada en nuestro carácter mercantil.
Personalmente. Un familiar está muy enfermo y requeriría ser atendido en una de esas famosas clínicas americanas con los mejores médicos y todos los recursos, pero su precio no es asequible y tenemos que decidir en función del precio.
Profesionalmente. Todo lo vamos a condicionar al precio. Si es por un precio adecuado hacemos el esfuerzo, si no es adecuado no lo hacemos, salvo extrema necesidad. La selección de los estudios que emprendimos estaban en función del precio, es decir, del nivel salarial que se podría conseguir en su desarrollo. Sí, también de la nota del selectivo, pero es una consecuencia del precio porque es a lo máximo posible que puede llegar según su situación. Debemos entender la última manifestación como el intercambio de esfuerzo y retorno a conseguir, que es el precio del logro.
En las empresas, el precio ejerce su función de driver del negocio de la misma manera. Si fijamos un precio indebidamente, perderemos dinero como tontos o lo dejaremos encima de la mesa, si prefieren verlo así. Si ponemos un precio excesivo para el valor que proyectamos, no venderemos nada y nos acercaremos al final de la historia. Queda claro que se hace necesario una medida referencia que nos indique cuál es el valor que percibe el cliente, cómo está la competencia en precio y valor, para finalmente establecer un punto en ese rango. Todo lo que sea no hacer esto -el coste más un margen/markup, por ejemplo- no estamos valorando.
Muchas -si no todas- de nuestras opiniones/decisiones están basadas en el precio. He escuchado durante años la opinión variante de un amigo mío respecto a su preferencia por disfrutar coche de compañía o que le pagasen los kilómetros recorridos con un coche de su propiedad y elección. La clave estaba en el precio, en lo que le pagaban por kilómetro no de la funcionalidad de cada opción. Si deseamos que nuestros hijos estudien en un colegio bilingüe, pero es muy caro, diremos que lo mejor es que lo aprendan cuando sean más mayores y, así un largo etcétera. El precio condiciona casi todas nuestras decisiones, aunque -tal vez- no seamos plenamente conscientes. Comprendo que está opinión les pueda parecer un tanto de perfil materialista, pero hagan el ejercicio de analizar sus últimas decisiones personales, profesionales o empresariales y apliquen la técnica de los cinco «porqués» y llegarán a esta misma conclusión, excepto honrosas excepciones.
En todos los órdenes comentados está presente el precio, por lo tanto, deberíamos disponer de herramientas para gestionarlo, pero no las manejamos y nos dejamos llevar asumiendo la irremediable situación. Si muchas decisiones clave en nuestra vida se basan en el precio, deberíamos tener más dominio de esta variable.