John Maynard Keynes fue una persona compleja, extremadamente inteligente, un liberal partidario del capitalismo y de la bolsa de valores, de una buena familia de intelectuales y lleno de contradicciones; con una madre que ejerció sobre él una gran influencia que incluso la practicaba epistolarmente (Florence, su madre, fue la primera mujer alcalde de Cambridge). Estudió en Eaton, la escuela de la aristocracia británica y más tarde en el King’s College. Casado con una mujer y emparejado con un hombre, Keynes fue empresario y alto funcionario del gobierno del Reino Unido (alto por el cargo y alto porque medía dos metros). ¡Ah, se me olvidaba aclararlo, nació en Cambridge, qué eso es un hecho diferencial más! También fue miembro del elitista -y casi secta- Círculo de Bloomsbury (antes Apóstoles, en la universidad), llamado así porque todos vivían alrededor del Museo Británico que no era mal sitio para vivir, tal vez un poco demasiado posh para mi gusto. Acabó siendo el primer Barón Keynes. Como se puede apreciar, un perfecto socialdemócrata de hoy en día. Sorry por la boutade, no lo he podido evitar, es que me he acordado de esos que lo tratan como socialista, cuando era un liberal partidario del capitalismo que no negaba la realidad del mal comportamiento del sistema en ciertos momentos y que aplicaba remedios como lo hace un médico, sin más ideología. Participó en las negociaciones con Alemania tras la Primera Guerra Mundial, advirtiendo que la humillación y el sometimiento económico que se aplicaba a los perdedores no traería nada bueno. Nuevamente acertó y llegaría la Segunda Guerra Mundial. La proyección de los escenarios futuros es otra característica de las grandes mentes.
Era investigador más que profesor y así se lo dejaba de claro a los que le llamaban profesor (la respuesta era similar a la que dio Fernando Fernán Gómez a un insistente admirador, ¿recuerdan?). Estudió economía con Alfred Marshall, amigo de su padre que era administrador y profesor en la Universidad de Cambridge. Marshall, un marginalista de pro no le pudo imbuir ninguna idea fuera de este concepto, aunque sí que le pasó algún rasgo neoclásico y el modelo de equilibrio parcial que después le llevó al equívoco en sus propias teorías expresadas en su libro principal. No parecía realmente enfocado a la economía -más matemático y estadístico- y probablemente fue Marshall quién le orientó hacia esta ciencia social, quién sabe si buscando que la acercase a las matemáticas, proceso que ya se había iniciado con la revolución marginalista.
En el momento que el Crack del 29 dispara una situación económicamente desastrosa: infinidad de despidos que genera un gran desempleo, nula inversión, bajos salarios y el consumo consecuente por los suelos, la economía entró en una tormenta perfecta que para el funcionamiento de la dinámica del sistema y lo deja derrengado. Debió ser como cuando el núcleo de la tierra deja de girar en un sentido para tomar el contrario: un momento de vacaciones para las brújulas que lo deja todo desnortado, aunque al poco vuelve otra vez a emprender su función rotatoria -en el sentido contrario al que lo había estado haciendo- y se restablece el sistema. El problema está en justo ese momento de parón, de incertidumbre, de visión fatal y sin esperanza en la que el sistema económico ha perdido la función que desarrolla y el caos se adueña de las calles.
Keynes, como persona de gran inteligencia y dotado de ese carácter que tienen los genios, encuentra la situación adecuada para pasar a la historia aportando qué hay que hacer para purgar el motor que se ha parado y volver al funcionamiento normal y lanza su teoría que queda plasmada en su libro Teoría General del empleo, el interés y el dinero. Texto que fue el precursor -en cuanto a su formato de idas y venidas- de los flashbacks que más tarde implementaría el cine y que te va guiando al modo en que lo hacía Juan Domingo Perón para acabar llevándote a donde él quería, a veces a la casilla de salida. Es lo que tienen los genios, son capaces de hacerte ver hasta lo que no hay. Todo aquel que dejaba hablar a Maynard acababa convencido de sus propuestas, con total seguridad.
Ante esa fatal situación del consumo, ingresos y desempleo, Keynes propone un modelo para relanzar o purgar una economía que no genera renta y por eso no consume y, por lo tanto, no ahorra y no invierte. A los pocos que pueden ahorrar o ya tienen ahorros de hace tiempo, los mata a impuestos para que se sientan motivados a invertir y gastar. Propone que ampliando la masa monetaria, reduciendo la tasa de interés y por tanto el coste de los préstamos, etcétera, el consumo aparecerá de nuevo, la producción resurgirá y las ganas de invertir crecerán de nuevo. Todo eso aderezado de gasto público a cascoporro y un aumento de la deuda del Estado como si no hubiese un mañana. En honor a la verdad, hay que decir que su sistema funcionó, aunque ya le advertían que esa deuda la tendría que pagar en algún momento y que su sistema acabaría llevando a la tasa de inflación a buena altura entrando en crisis, tal vez Keynes esperase que estás dos variables se compensaran y quedaran cuenta con paga que para eso estaban los impuestos. Cuando le comentaban que su solución era de urgencia, de UCI diríamos hoy (salvar a heridos en peligro de muerte o casos de medicina interna de extrema gravedad) y que podría provocar una situación peor a largo plazo, él lo arreglaba con su famosa frase no libre de cinismo de: «A largo plazo todos estaremos muertos».
A cada medida aportada, Keynes pedía ampliar su capacidad de control. Probablemente pensase que si abría la caja de los truenos momentáneamente, alguien inteligente debería estar al tanto para cerrarla en su justo momento y grado y, quién mejor que él mismo para hacerlo. Seguramente era otro rasgo de su carácter. Se acercó a todos los movimientos totalitarios del momento y les declaraba cierta simpatía aunque no adhesión. Es posible que pensará que si él ejerciese el control de esos sistemas tendrían un mejor comportamiento. No cuesta mucho adivinar a qué tres sistemas totalitarios mostró cierto seguimiento, en los tres sólo mandaba uno. Creo que a Keynes le hubiera gustado decir lo que el resto de humanos debíamos hacer, cuántos hijos tener y en qué podíamos gastar o cuándo ahorrar y cuándo gastar, no tanto por caudillaje como porque entendía el comportamiento del sistema y no quería que nadie le estropease la estrategia. Me temo que con sus indicaciones todo hubiese funcionado mejor, todo menos la libertad.
John Maynard Keynes fue un genio que era capaz de vislumbrar la partida por detrás como sólo lo puede hacer un 1% de los humanos. Muy posiblemente, tuvo la mala fortuna -o no- de coincidir en el mismo momento y lugar con Hayek (se dice que ambos vigilaron las trazadas de los proyectiles alemanes desde la azotea de la capilla del King´s College de Cambridge), otro miembro de ese selecto club del 1% de extremadamente capaces que contaba con la ventaja de conocer cómo se aproximaba Keynes a los temas y situaciones y así, le fue más fácil rebatirle. Cuestión que duró bastantes años hasta que Keynes, cansado de los debates, contrató a Piero Sraffa -que había tenido que salir de Italia corriendo- en Cambridge, para que se encargara de debatir con Hayek. Aprovecho para comentar que Ernest Lluch, el profesor, político y economista cobardemente asesinado por ETA, creó en Valencia un grupo de jóvenes economistas pierosraffianos que difundieron sus ideas en la universidad mayormente durante un tiempo y que en casos contados llegaron a la política económica pública real; aunque el movimiento neoricardiano está finito en su intento de mantener la Tª Objetiva del Valor y un transformador a precios que fuera operativo y de este mundo, como era natural. También pertenecía a este grupo -desde Galicia-, Abel Caballero -ex ministro y doctor por Cambridge, -aunque tiene el inglés muy olvidado-, ahora más famoso por el encendido de las luces de Navidad y por bailar break dance en Vigo, si los votantes se lo piden.
Siendo justos, Maynard -como le llamaban en casa-, a pesar de las lagunas de su planteamiento y su Multiplicador mágico que hace que la variable que quieras alcance el nivel que necesites, abrió la puerta de los atajos del sistema para las ocasiones de paro cardiaco de la economía. Su modelo de intervención se habría podido llamar la Maniobra Keynes que -como la de Heimlich- ha salvado muchas vidas afectadas por las grandes crisis.
El problema es que los políticos posteriores han hecho uso y abuso de sus teorías con otro propósito del que tenía Keynes, que era apagar el fuego de una fuerte crisis y purgar el motor para que funcionase de nuevo. Muchos políticos a partir de ese momento aplican el keynesianismo con el objetivo de ganar las siguientes elecciones y que la hipoteca que dejan ya la pagarán los siguientes. Justo era eso lo que se le oía en el palco a un presidente de un popular equipo de fútbol español cuando arengaba a su consejero delegado: «¡Gasta, gasta, que eso ya lo pagarán otros…!». Esta es la consecuencia de las ideas keynesianas cuando no se entienden bien y la falta de visión económica objetiva en su aplicación durante años y también reciéntemente. Muchos países abrazaron el keynesianismo bajo su versión populista y no siempre desde la izquierda, también la derecha las ha aplicado. Si John Maynard supiese que -con frecuencia- lo alinean con Marx, se volvía a morir, ¡menudo amante del capitalismo y de la bolsa era! Como marginalista marshalliano pudo jugar con la formación del precio basada en los costes de producción, pero también pensaba que la ganancia se basaba en la escasez. Los que quieren ver en algún pasaje de su Teoría General se hace mención a la Teoría Objetiva del Valor están en un error o hacen mala interpretación del texto, en especial Kicillof con K de Kirchner.
Tras meditar sobre ese efecto puntual y reactivador que Keynes propuso mediante un «chute» monetario de gasto público y bajo interés como tratamiento de choque ante un paro coronario, me pregunto si no se le habrá ocurrido ya a alguien que provocar una guerra también provoca la misma intervención o que con un gran desastre natural también se puede desatar ese río monetario sin tener que excusarse. No lo sé, pero mentes perturbadas capaces de hacerlo sí que las hay. Cuando creyó que sus políticas eran para todos los momentos es cuando vino el problema con inflación y recesión.
Keynes creó como un hospital de campaña bélica en el que se salvaban vidas -economías particulares en su caso- sin contemplaciones ni remilgos, práctica de la que se pueden extraer muchas técnicas comprobadas empíricamente a lo bruto para la cirugía de entreguerras, pero que una vez se acaba una época de conflictos se debe volver a la cirugía con preparación, higiene adecuada, postoperatorio, etcétera. El libre mercado funciona, aunque tiene unos tiempos de reacción y vuelta al equilibrio algo lentos y mientras tanto tenemos que seguir comiendo, es un must humano. Posteriormente, su escuela realizó adaptaciones e integró sus enseñanzas con la ortodoxia, pero hay quien quiere aplicarlas como estrategia política cuando no toca, con el objetivo de ganar elecciones, como hemos comentado anteriormente. Hay que diferenciar a Keynes de sus discipulos keynesianos y neokeynesianos, con nombres como Joan Robinson o Paul Samuelson, cada uno con un nivel diferente de radicalización. Desde luego, en el caso de crisis del sistema, yo no llamaría ni a unos y otros, pero sí a John Maynard Keynes con la misma confianza que llamo a mi médico de confianza. Cualquier política gestionada por Keynes hubiera funcionado a corto; a largo plazo vienen otras consecuencias no tan buenas. Claro que comparar a Keynes con el keynesianismo de Zapatero con su Plan E, por ejemplo, es como comparar a Mesi con el central más torpe de la Premier, la Liga y la Calcio juntas.
La Dinámica de Sistemas nos indica que no se debe ser radical en ningún planteamiento y que todo objetivo debe de perseguirse gradualmente jugando con todos los factores que influyen en la variable hasta que se va estrechando el cerco hacia la meta. Así, nadie puede acabar con la droga prohibiéndola al 100%, se debe dejar un cierto porcentaje de suministro al mercado para que no se cree un mercado negro brutal volviendo a las consecuencias que provocó la Ley Seca sobre el alcohol. No hay recetas mágicas que se puedan emplear al 100%, sin embargo hay que encontrar un equilibrio que funcione y elimine las situaciones a vida o muerte de la economía.
Los modelos económicos y los precios están íntimamente ligados, no sólo porque los precios son una variable clave de la economía, sino porque modelos y precios responden al comportamiento irracional del agente principal, el ser humano en sus diferentes facetas en la economía, el cual se siente orientado a una actuación diferente dependiendo del contexto y de su percepción de la situación, lo que es muy complicado de modelizar.
El modelo de Hayek es más operativo, más claro, más entendible y redondo que el keynesianismo, pero cuando a Hayek le planteaban qué se tendría que hacer cuando las empresas ineficientes desaperecieran por la dinámica exigente de la economía y las políticas menos dadivosas, él esbozaba una sonrisa como respuesta expresando con ella como un «¡Haber estudiado…!», pero no hablamos de 1.500 empresas de un sector obsoleto sino de millones de personas que necesitan seguir comiendo los meses que dure la fuerte crisis. No obstante, la economía de Hayek resultante brota fuerte, verde y generalizada. Los hospitales están para ir un par de días, unas semanas incluso algunos meses en el peor de los casos, para volver a la vida contidiana con la normalidad previa y no para seguir viviendo a la sopa boba. Estas son las diferencias entre estos dos genios de la economía.
Decía Paul Samuelson que hoy en día hay que ser radicalmente ecléctico, y creo que tenía razón. Por qué renunciar por cuestiones ideológicas a herramientas disponibles que nos pueden salvar la vida en un momento determinado. No hay médicos de izquierdas o de derechas, solo buenos y malos médicos…