Desde hace un tiempo, hay una tendencia hacia el cambio del mainstream económico. En ese intento, se tiene como política limitar el margen de las empresas, también limitar el precio del alquiler, el precio de la cesta de la compra y otras limitaciones en los procesos en los que empresas y sociedad en general pone -libremente- precio a las cosas.
Existe un debate histórico que siempre está presente, aunque no suele salir del ambiente académico. Este debate es el que se refiere al valor de los productos basándose en el trabajo. Para cualquier profesional del mercado, le suena a una cuestión de hace 180 años y, así es en realidad. Con la llegada del marginalismo, el debate quedó aplacado, pero de nuevo se está emergiendo con la nueva tendencia a abandonar la economía neoclásica y el giro hacia un tipo de fabianismo o socialismo utópico o no marxista, y no lo adjetivo de neoricardisno por respeto a David Ricardo, ya que él no podía estar más alejado de esos principios después de estar trabajando en la bolsa de Londres desde los 14 años y habiendo reunido una gran fortuna.
Los primeros que sostuvieron que el valor de las cosas tiene un carácter subjetivo, es decir, que la percepción del potencial comprador es lo que marca el valor, viene de la Escuela de Salamanca. Desgraciadamente, no sabemos hacer valer nuestras aportaciones y tuvo que ser el mismo Schumpeter el que reconoció la aportación de nuestros escolásticos. Por cierto, también fueron los primeros en relacionar la inflación a la causas monetaria, aunque ahora algunos hablan de la «Inflación de vendedores», refiriéndose a las empresas que han hinchado sus precios aprovechando el río revuelto inflacionario. Alguno ha podido haber, pero sería alguna gran empresa con poder de marcar el precio del mercado. Para el restante 98% de las empresas españolas, las pymes, ha sido muy complicado por transferir el aumento de costes y su margen lo ha tenido que asumir. El empujón definitivo para la teoría subjetiva del valor vino de los marginalistas y desde ese momento ha sido el principio dominante. Por si había alguna duda, las aportaciones de los economistas conductuales no ha dejado resquicio a la duda. A Kahneman, Twersky, Thaler, entre otros, la teoría objetiva del valor les debió parecer una broma, como a cualquiera que no sea un activista.
Si quiere vender su vivienda, el precio estará en relación directa al valor que el comprador esté dispuesto a pagar por la circunstancia personal, contextual, por su nivel de ingresos, por sus gustos y preferencias y la escasez de viviendas en la zona que quiere vivir. El resto son historias de hace 180 años.
Las empresas deben optimizar sus precios, es decir, consiguiendo el precio de reserva que es el máximo precio que el comprador está dispuesto a pagar o una buena aproximación de éste. Curiosamente, lo más parecido al valor-trabajo es el precio basado en el coste, elemento que ya proponían Adam Smith y David Ricardo, ambos teorizaron sobre el precio y no sobre el valor de uso, como también lo hizo Keynes.
Hay otros que hablan de ética, fundamentalmente distinguen dos éticas, la que les conviene a ellos en cada momento y la que quieren para el resto de personas. La capacidad del ser humano para no percatarse de su propio comportamiento es infinito. Nos tildamos de tener un comportamiento ético, pero diariamente cometemos faltas a la misma ética, pero no nos damos cuenta, cosa que no pasa si es otro el que tiene una conducta no ética. Esta característica es generadora de limitaciones a la libertad.
En el libre mercado, no se debe poner límites al precio, como tampoco se puede evitar que en un periodo inflacionario el gobierno recaude más impuestos, se vea beneficiado de un aumento nominal del PIB y que le cueste menos pagar sus deudas. No se pretende volver al keynesianismo, se pretende ir más allá.