Todos nos beneficiamos de los bajos precios en multitud de productos y servicios: viajes, productos electrónicos, ropa, etcétera. La sociedad lo ve como un avance sin igual que permite a una mayoría de la población tener niveles de logro impensable hace unos cuantos lustros y, para lo que es más caro en valor absoluto, hay una financiación que te facilita el acceso. Basta con ver cómo la gente se muere por viajar a destinos post pandémicos como si ya no pudiera respirar sin irse de viaje a un destino lleno de otros turistas que sólo permite un viaje tópico y sin disfrute real, aunque lo que importa es poder responder a la pregunta del compañero de trabajo o a la amiga tras el periodo vacacional con su: ¿Te has ido a algún sitio estos días?
El problema real es que esa posibilidad de consumo masivo reventando los márgenes y buscando el hiper volumen, se revuelve contra nosotros y nos sumerge en un dinámica de bajos márgenes-bajos salarios de la que no es fácil salir, provocando el empobrecimiento de la población. Parece una contradicción, pero el sistema que facilita el acceso a ciertos bienes-servicios que eran superiores hace años nos lleva al empobrecimiento. La unidad familiar que no consigue -al menos- dos ingresos está condenada a la pobreza, salvo salario elevado de uno de los cónyuges. Aquella situación en la que con un único salario una familia podía vivir con cierta comodidad ha desaparecido para la mayor parte de la población y ha sido con la trampa de anunciarles lo contrario.
Por si fuera poco, esa necesidad imperiosa de mantener los precios bajos y no permitir beneficios dignos si no es a través del volumen, reclama una masa laboral de aprendices (y por lo tanto mal pagados) que provocan la degeneración de los servicios que prestan. Basta con ver lo que está pasando con los bancos y otras compañías del mismo estilo, para encontrar a alguna gema que te ayude a solucionar un problema tienes que pasarte días dedicado a llamar y reclamar.
Las grandes corporaciones que están operando con bajos márgenes de forma estratégica, tienen planificada su operación y puede conseguir buenos resultados en ese mundo, pero obligan a miles de empresas a seguir su juego y estas sólo lo consiguen reduciendo sus gastos de forma no estructurada ni planificada y es así como se enciende la mecha del desastre económico.
La tendencia a los precios bajos destruye a la economía porque no permite remunerar adecuadamente a los profesionales, no permitiendo que otros productos y servicios sean comprados a precios que permitan la vida digna y así vamos… Sin comentar que, a la menor subida de una necesidad -como el agua, el gas o la electricidad- muchos hogares se ven con dificultades de bulto.
Los niveles de precios más altos generan el efecto contrario, permite otro tipo de economía debido a un margen que puede pagar mejor y elevar el nivel de gasto sin tener que erosionar gravemente al siguiente en la cadena de valor, porque en otro caso lo que queda al final es de poco valor. Tal vez no se pueda acceder a ciertos productos y servicios cada año, pero la calidad de los que se accede se mejoraría. No vaya a ser que por poder viajar por turismo no podamos comer a la vuelta.
Hay que volver al ciclo del margen porque es alinearse con los principios económicos que Mandeville, Smith y Keynes vieron necesarios para purgar al motor del sistema.