En economía, hay bastantes diferencias de enfoque entre el protestantismo y el catolicismo. Nosotros, los católicos, siempre nos sentimos culpables a la hora de ganar dinero y para eso tenemos el arrepentimiento cuando sentimos esa disonancia cognitiva. En el mundo anglosajón, la cuenta de resultados es la de «Ganancias y pérdidas», sin embargo, nosotros la llamamos de «Pérdidas y ganancias». Es como si nos diera vergüenza ganar dinero. Las empresas americanas anuncian los beneficios trimestrales con gran anhelo e ilusión y nosotros escondemos la cifra de beneficios anuales, tenemos miedo de crear enemigos, envidias y malos deseos (fiscales).
La moral católica parece admitir que -a lo que nos cuesta un producto- podemos añadirle un margen como beneficio, pero sin pasarnos, como una justa, pero baja compensación por el esfuerzo que nos ha supuesto financiar, construir, vender -o no- el productos final. Verdaderamente, el cristianismo genérico propondría una discriminación de precios de primer grado (cobrar a cada uno lo que buenamente puede pagar por el mismo producto o servicio, a unos mucho y a otros poco, buscando una justicia económica mediante ese ajuste), aunque cada vertiente del cristianismo ha echado por líneas diferentes. En el evangelismo se reconoce que el que asume el riesgo y las horas de trabajo merece la máxima compensación y por eso intentará capturar el precio más cercano posible al precio de reserva. En la cultura reformista el dinero no representa un problema, sólo la búsqueda ansiosa del mismo lo es. El trabajo en la Tierra debe ser recompensado.
La búsqueda del dinero y su consecuencia que concluyen en el materialismo, la comparativa de la sobre dificultad de entrar en el cielo del que ha acumulado riquezas respecto a que un camello pase por el ojo de una aguja, etcétera, no dejan lugar a la duda de que conseguir dinero en exceso no está bien visto en el catolicismo. Bien es verdad que, al igual que los párrocos cobran por las bodas, bautizos y comuniones y que había que pagar por asistir a una misa del Papa Benedicto XVI -en su visita al Reino Unido- pagando alrededor de 30€ (en Birmingham, por ejemplo) y todo ello sin cometer simonía, pienso que estamos un tanto liberados para acercarnos al mundo protestante e intentar ganar más de una forma legal y ética, simplemente, intentando conseguir el máximo que un cliente está dispuesto a pagar por tu producto o servicio de forma natural y desde su percepción.
Conseguir más margen posibilita hacer el bien, dejando que las empresas -como organismo compuesto de personas y agente de un mercado- desarrolle el entorno a base de unos mayores gastos e inversiones. Es ese sentimiento latino de estar actuando mal por ganar más el que nos limita comercialmente y que viene complementado por el descuento como expresión de la caridad por medio de la limosna, otro concepto católico, propio de la contrarreforma (¡Pero si hay personas a las que les da vergüenza dar un precio porque les parece alto!). En la concesión de descuentos, está activo ese constructo, es como si nos dijeran: «Por lo que más quiera, bájeme el precio, por piedad» y, nosotros que somos buenos, reducimos el precio quedándonos sin margen y ayudando a otras personas aunque perjudicando a los nuestros (socios, empleados, proveedores, conciudadanos…).
Como todos los años y en fechas señaladas, me tomo la licencia de comentar temas en relación al contenido semanal del blog, pero desde un punto de vista diferente.
Sin duda, se puede ser buena persona de forma independiente al nivel de precios que se practique y la riqueza que se consiga, basta con intentar hacer felices -de forma proactiva- a los que nos rodean.