Siempre me he preguntado por qué la economía española -con todas las entradas de oro, plata, especias y nuevos alimentos procedentes de América- no se erigió en una potencia económica pasados los primeros dos siglos desde el descubrimiento. Ya en la primera mitad del siglo XVII, otros países que incluso fueron dominados militarmente por España, nos pasaron desde el punto de vista comercial y económico. Algo tuvo que pasar, en algo tuvimos que errar, para que no le sacáramos todo el partido al potencial que disfrutamos cuando éramos un imperio.
La historia está ahí, para comprobarla basta con visitar países como Bélgica, Holanda, Alemania, Inglaterra, Suiza, Austria, etcétera, para darse cuenta que en un momento del siglo XVII se apuntaron a una nueva economía que pasó por nuestro lado y no nos dimos cuenta. Probablemente, estábamos dedicados a otra cosa más vil y les obligamos a tomar ese camino. La riqueza que viene de repente siempre atonta un tanto y ni siquiera la figura del pícaro lo remedió.
La Sevilla del siglo XVI era la capital del mundo y eso no nos dejó ver otras posibilidades con más futuro. No hay que descartar que -previamente a ese momento- provocásemos la mayor fuga de cerebros de nuestra historia mediante la expulsión de los judíos y su refugio en esos países normalmente. La prueba es que los que se quedaron a través de las conversiones, también dieron esplendor a la España del momento. Basta con recordar -ahora que hablamos de la picaresca- a Mateo Alemán con su famosa frase al hacer referencia a su bautizo en la iglesia de El Salvador de Sevilla: «mi patria, ¡si dijera mejor madrastra!». Sin olvidar que fue en nuestro mundo de nuevos ricos donde se engendró probablemente la primera mafia -la Garduña- que inventó el secuestro exprés en Sevilla, ciudad que lideraba el comercio mundial.
En la Holanda del siglo XVII (Países Bajos), aconteció la Tulipomanía o crisis de los tulipanes fue un periodo de euforia especulativa que se desarrolló en los años precedentes a 1637. El objeto de especulación fueron los bulbos de su preciado tulipán, cuyo precio alcanzó niveles de locura, dando lugar a lo que hoy conocemos como burbuja económica y una gran crisis financiera. Probablemente, la protocrisis financiera de la economía moderna, aunque sin olvidar su origen comercial que fue otra vertiente que nos vio -a partir de ese momento- a través del retrovisor. La economía financiera había tomado plaza y a nosotros nos pilló rezando y viviendo de la picaresca.
Los tulipanes holandeses por causa e intermediación de un pulgón que transmitía un virus, producía variaciones de colores únicas en los tulipanes, lo que generaba una demanda absolutamente entregada a estos proveedores. Al ser un producto perecedero la oferta disponible era reducida y, debido a su demanda mundial, los bulbos alcanzaron precios de auténtica locura llegándose a cambiar casas de buen tamaño por un puñado de bulbos. La peste en la zona de los Países Bajos hizo el resto y el precio de un bulbo subió a las alturas más insospechadas e ilógicas desde el punto de vista económico. Claro, los mismos listos que actúan ahora, no tardaron en dejar de operar con bulbos para hacerlo con notas de crédito sobre bulbos. No haría falta que les contase el final, ustedes ya lo saben, pero lo haré para los muy jóvenes.
Un buen día de febrero de 1637 se efectuó la última venta escandalosa y el mundo despertó a la realidad y nadie quería comprar a esos precios y todos los involucrados querían vender sus títulos sobre los bulbos. Todo el país se fue a pique. Lo curioso es que la falta de garantías de los mercados financieros continua.
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